Taquigrafía: cuando las palabras corrían más rápido que la tinta
Hubo un tiempo en que la rapidez no dependía de un procesador, sino de la destreza de la mano y la memoria. Antes de que las computadoras dominaran las oficinas, la taquigrafía y la mecanografía eran habilidades esenciales que se enseñaban en las escuelas secundarias y en los institutos de secretariado. Entre todos los métodos, el sistema Gregg reinaba con sus líneas curvas y fluidas, un lenguaje secreto que solo las más perseverantes lograban descifrar.

Las aulas de mecanografía y taquigrafía estaban llenas de jóvenes—en su mayoría mujeres—que golpeaban teclas con precisión mecánica y garabateaban símbolos indescifrables en sus libretas. Aprender Gregg requería paciencia: cada signo representaba un sonido, cada trazo debía ser rápido pero claro, cada dictado una carrera contra el tiempo. No bastaba con conocer la técnica; había que internalizarla, convertirla en un reflejo instintivo.
Las alumnas pasaban horas repitiendo secuencias en sus máquinas de escribir Underwood o Remington, memorizando abreviaturas y practicando hasta que la velocidad de su mano igualaba la del habla. Las palabras del profesor de dictado caían como gotas de lluvia, y ellas debían atraparlas al vuelo, sin dudar, sin titubear. Un error podía significar perder una frase entera, y no había opción de “borrar y reescribir”.

Más que una técnica, la estenografía y la mecanografía eran una disciplina de esfuerzo y constancia. No cualquiera lograba alcanzar las 80 o 100 palabras por minuto que exigía el mundo laboral. Aquellas que lo conseguían, sin embargo, tenían garantizado un puesto en oficinas, tribunales o redacciones de periódicos, donde su destreza era admirada y necesaria.
Había algo casi melancólico en esa época de papel carbón y teclas metálicas, cuando las oficinas resonaban con el incesante tecleo y los dictados se transcribían con rigor. Las manos se manchaban de tinta, los dedos terminaban entumecidos, pero al final del día, quedaba la satisfacción de haber transformado el caos del lenguaje hablado en un orden preciso sobre la hoja.

Con la llegada de la tecnología, el sistema Gregg y las viejas máquinas de escribir fueron desplazados. Hoy, pocos recuerdan aquellos días en que la velocidad no dependía de un software, sino del esfuerzo humano. Sin embargo, en alguna parte, aún quedan libretas olvidadas con símbolos misteriosos, testigos de una época en la que las palabras se atrapaban a mano, con paciencia y determinación. ¿Tienes algún recuerdo o experiencia con la taquigrafía? ¿Crees que debería seguir enseñándose hoy en día? Déjanos tus comentarios.